La noche del 11 de octubre no solo brilló por sus maravillosas lunas, también por las estrellas que iluminaron Sala Lirio. Así vivimos Espectrissimo de La Caricia.
Una noche de varieté
Sala Lirio fue el epicentro de una velada inolvidable, colmada de talento, risas, baile, erotismo y, sobre todo, un profundo y sincero amor al arte. La función comenzó puntualmente a las 21:15 horas, y desde ese momento, el salón (bajo las luces del show) se transformó en un espacio vibrante, lleno de magia y emoción.
Baqueta nos dio la bienvenida con su carisma y presencia, y durante toda la noche nos guió a través del viaje artístico con pequeñas piezas poéticas que entrelazaban cada número. Fue el hilo conductor de una constelación de artistas que, uno a uno, nos deslumbraron.
El primero en tomar el escenario fue Dickinson, quien nos envolvió en un aura de misterio, ilusión y fantasía. Su presencia fue hipnótica, un verdadero acto mágico que dejó al público boquiabierto.
Luego, el escenario se tiñó de rojo pasión y apareció Trágica. Su voz, profunda y hermosa, nos hipnotizó desde el primer acorde, como el canto de una sirena. Cada nota que salía de su garganta nos hacía vibrar, sumergiéndonos en un mar de emociones.
Janis, con su elegancia y energía, nos recordó lo que significa ser una auténtica showgirl y performer. Con su baile provocador y magnético, robó sonrisas y miradas, llenando el lugar de chispa y movimiento.
Más adelante, Ganeisha encendió la sala con su presencia imponente. Ícono de la escena drag tapatía, su performance al estilo neo-vedette fue una explosión de sensualidad y poder escénico que desató una ovación espontánea. El público no pudo hacer otra cosa más que aplaudir con fuerza y emoción.
El Espectrissimo de La Caricia brilló con fuerza
La noche avanzaba, y el Espectrissimo de La Caricia se sentía cada vez más en la piel, en el pecho, en los poros. Cada acto se sumaba al anterior, elevando la energía y el asombro con cada nueva aparición.
Toledo nos dejó sin aliento con una interpretación intensa, potente y conmovedora que nos erizó la piel. Fue uno de esos momentos que se quedan tatuados en la memoria.
Pero si hubo un número que nos robó el alma, fue el primer acto de María Rivera. Su acto de burlesque cargado de erotismo, elegancia y control escénico fue pura poesía corporal. Cada movimiento suyo fue una caricia al deseo, y nos rendimos a su encanto sin condiciones.
Tras un breve intermedio, el ambiente se tornó aún más cálido —y no solo por las luces—. Ganeisha regresó al escenario, seguida por Belén y Janis, quienes, con sus números llenos de fuego, danza y sensualidad, elevaron la temperatura de la sala. El público, extasiado, no podía dejar de aplaudir.
Y entonces, llegó el momento: Vaquero Boo. Con una mezcla de humor, picardía y erotismo, fue despojándose de prendas hasta dejar al público completamente cautivado. Un número que nos hizo sudar, reír y suspirar al mismo tiempo.
Como cierre perfecto del Espectrissimo de La Caricia, María Rivera volvió al escenario para regalarnos otro performance exquisito, cargado de pasión, sensualidad y ese amor al arte que se puede sentir sin necesidad de palabras.
Una noche para recordar
Desde el primer segundo, el show nos tomó de la mano y no nos soltó. Reímos, suspiramos, nos conmovimos, y lo más importante: vivimos el arte en todos sus matices. Fue un privilegio presenciar cada acto, cada mirada, cada palabra que no solo resonaba en nuestros oídos, sino que también acariciaba el alma.